Apoteosis (3) por Gerardo

El concepto clásico de apoteosis se refiere a elevar a alguna persona a la divinidad, es decir, endiosar o deificar a alguna persona por alguna circunstancia excepcional. En el mundo antiguo esta circunstancia era, por lo general, considerada para los héroes. Supongo que a los perros, a los buenos perros, les cabe este honor y sin lugar a dudas Runa está, a mis ojos, en situación de serlo. Su pundonor, su coraje, su astucia y su ilusión me permiten ponderarla como héroe. La heroína de mis andanzas venatorias.

Juan y yo habíamos quedado a las 17,30 para reanudar el rastreo. Él quedó en traerse a Bull, otro teckel de pelo duro que ya ha hecho sus pinitos. Yo, tas darle algunas vueltas, consideré llevar de nuevo a Runa. Era justo ofrecerle terminar lo que había empezado.

Puntuales nos dirigimos al sitio en que el rastro se esfumaba. Bull marcó enseguida la sangre con tanto ímpetu que se mordió la lengua. Esto es relativamente corriente en estos perros y produce cierta confusión ya que en ocasiones cuesta saber de quien es la sangre, si del perro o de la pieza. Así nos pasó que durante más de una hora buscamos la salida al rastro entre manchas confusas de sangre de perro y de corzo. Para comprobarlo no me quedaba más remedio que olerla yo mismo. Aprovecho para decir que si bien la sangre es eso, sangre, tiene un olor un tanto peculiar en cada especie. Sea porque escurre por el pelo o por lo que sea es posible saber de quien es. Y así iba, escrutando y oliendo sangres. El caso es que tras varios arranques no encontrábamos nada seguro. A ratos parecía que sí y a ratos que no. Una y otra vez volvíamos al inicio y buscábamos la salida al dédalo de pisadas, rastros y contrarastros que se habían producido.

Por un momento llegamos a pensar que el corzo había acabado en la caja de un tractor que habíamos visto en la pradera del fondo por la mañana. No es la primera vez que una pieza muerta “vuela” del monte. Siempre me acuerdo de mi primer jabalí, aquel que nunca cobré pero al que oí claramente morir a pocos metros de mi en la espesura y al abrigo de una noche negra. Estoy seguro que me lo birlaron por la mañana.
El caso es que para hacer unas comprobaciones llamé a mi amigo Santi para que me indicase de quién era ese tractor. Dio la casualidad de que Santi iba en ese momento al campo de tiro y en pocos minutos se presentó donde estábamos. Discutimos qué hacer y resolvimos retirarnos, algo vencidos y cabizbajos.

No bien llegué al coche me sonó el móvil. Era Santi y me decía que Bull acababa de encontrar un rastro firme y que había sangre. Me lancé como un poseso y me llegué hasta ellos. Estaba claro que el corzo se había vuelto a levantar y estaba andando. Viendo que Bull marcaba bien decidí dejar a Runa en el coche y coger el arma para intentar atajar la pieza en algún paso. Conozco aquel monte como la palma de mi mano y podía adelantarme al corzo si sabía la ruta que tomaba.

El rastro empezó a descender de nuevo al arroyo y allí se confundió con el de unos caballos que pastaban cerrados en una finca umbría. Bull necesitó casi 15 minutos para encontrar la salida. Juan me avisó que el corzo se dirigía hacia el fondo del arroyo, en dirección a la playa de los Molinos. Raudo corrí en aquella dirección. Juan me avisó de nuevo que acababa de pasar el segundo molino y que la pieza iba cerca. Corrí por una pista hasta que empecé a oír el latido nervioso del perro. Casi al momento sentí a mis pies, en la fuerte pendiente poblada de eucaliptos, el tarameo de una pieza en movimiento. Enseguida vi que los helechos se abrían y surgía el corzo en plena carrera para zambullirse en una pradera frontera con el acantilado. Allí le solté un tiro, en plena galopada, fallando como un campeón. Como el rifle es monotiro y las balas iban en una funda en mi bolsillo me armé un lío de campanillas. A resultas de ellos perdí el móvil y la compostura. Recargué y le mandé otro telefax, pareciéndome que le enganchaba. Me volví a por el móvil que encontré, afortunadamente, entre aquel herbazal. Me dirigí hacia donde había desaparecido el corzo para descubrir con sorpresa que se iba corriendo ladera arriba, si bien me dio la sensación de que arrastraba una pata trasera. A la desesperada y más de 300 metros le largué otros dos tiros que volvía errar. Casi me muero.

Llamé a Juan indicándole lo ocurrido y que saliese cunado pudiera que yo iba al coche, desarmado, sin fuelle y cabreado. De camino llamé a Santi para ver si podía acercarse a mi casa a por unas balas. Eran las 21,00.

Juan y yo nos reunimos. Él venía calado hasta los huesos ya que había empezado a llover y yo sin darme ni cuenta. Le expliqué con más tranquilidad lo ocurrido. El corzo se había metido entre unos pinos que cuelgan sobre el acantilado. Por experiencias previas sé lo que suelen hacer los corzos que se meten por allí así que fijamos la estrategia. Le pregunté a Juan cómo veía a Bull. Este perro había sufrido el invierno pasado un grave accidente y este era el primer cobro desde entonces. Juan me dijo que le veía muy bien y centrado. Le dije que entonces el corzo lo seguiríamos con él, era lo justo.

En este punto llegó Santi con las balas y nos pusimos de nuevo en camino. La noche se venía encima y el sitio tenía su peligro. El matorral cuelga sobre el mar a unos 90 metros o más de caída libre. Al llegar adonde vi ocultarse al corzo Bull empezó a marcar con claridad. Yo me filtré por una vereda pendiente usada antiguamente por pescadores de vara y para trabajar con una polea que servía para izar algas con las que fertilizar las tierras de cultivo. Hoy está llena de maleza, zarzas y tojos. Yo procuraba ir por delante para atajar la posible huida, pero pronto vimos que el corzo nos llevaba ventaja.

La pendiente terminaba en un rellano que a su vez cuelga sobre la playa de la Polea. La antigua pradera que rodeaba la bajada está hoy cubierta de zarzas. Si el corzo llaneaba lo perdíamos. Nuestra oportunidad era que optase por intentar engañar al perro. Y así fue. Tras un tramo en llano el rastro volvía a morir y al desandarlo el perro marcó el rastro hacia el zarzal. Me preparé ya que si lo hubiera cruzado debería haberlo visto.

Juan relajo la traílla y al darle un tirón Bull se echó sobre el corzo encamado. Éste ladró de forma lastimera como hacen al sentirse presa pero se deshizo del perro. Corrió unos metros de forma desordenada. En lugar de disparar le di orden a Juan de soltar el perro, cosa que hizo al punto. El corzo, al verme a mi de frente se tiró en plancha a otro zarzal donde el perro volvió a cogerlo ahora de forma definitiva. Posé el rifle, tomé el cuchillo y le di fin.

Dejamos a Bull que mordiese lo justo y lo separamos. Me quedaba aún ascender casi 100 metros casi en vertical con el corzo ya que si Juan me ayudaba el perro se nos colgaba del corzo y no había forma de salir de allí.

Casi sin luz llegamos arriba donde nos esperaba Santi y de allí al coche. Saqué a Runa y le ofrecí el corzo. Ella lo celebró lamiéndolo y oliéndolo. ¡Ahora es nuestro debió pensar! Y en su cara vi una vez más la serenidad feliz de haber hecho las cosas bien.


Examinando el corzo pudimos comprobar que la herida de mi flecha era efectivamente poco más que un rasponazo. Un corte limpio que afectaba a la piel y un pequeño trozo de músculo justo debajo de las nalgas. Supongo que el corzo saltó la cuerda al oir la flecha o bien a que esta se desvió algo en su trayectoria. La punta solamente seccionó unos 15 centímetros de piel como se aprecia en la foto, y nada más. Eso fue suficiente para que nos diera alguna gota de sangre y que Runa “marcase” el corzo a seguir. Mi tiro de rifle pegó por debajo del corvejón izquierdo en otra herida no letal.



Quizá alguno piense que fue un cobro de suerte, y en realidad razón no le falta, pero lo que es cierto es que de estos ya he realizado varios con Runa, con lo que la suerte de verdad es tener esta compañera peluda. Juan que vivió el lance completo coincide conmigo en que si el corzo es de alguien ese alguien mide poco menos de 35 menos de altura. El rastreo supuso una longitud total estimada de más de 4000 metros. Hubo todo tipo de dificultades que la perra superó con éxito. ¡Honor y gloria a los héroes!

1 comentario:

Bushman dijo...

¡Honor y gloria!