Continua Gerardo...
"Recogimos el equipaje y pusimos rumbo a un nuevo destino: La Quesera.
De camino paramos a comer en Alcántara, después de pasar su monumental puente y tras presenciar una no menos monumental pelea entre un par de tíos que se zurraban en plena carretera.
En este viaje repetí la compañía de Peio que me hizo ameno e ilustrativo. Lo que sabe este hombre y lo que ha visto.
Ya por la tarde tomamos posesión de un par de apartamentos en un pueblo cacereño próximo a la finca. Carlos nos había advertido que debíamos conducirnos con prudencia “¡Nada de bañarse en pelotas en la piscina o cosas así, eh, que hay otro apartamento alquilado e igual hay niños…!” A nuestra llegada no vimos niños ni nada, pero decidimos ponernos el bañador y darnos un chapuzón para refrescarnos. Nuestra sorpresa vino cuando fue el propio Carlos el que se ponía en pelotas en el jardín, eso sí, no para bañarse si no para mudarse de ropa… claro que más tarde veríamos que no había niños, si no dos tías con sus maromos que nos dieron la noche (bueno… a algunos no solo se la dieron los vecinos, jejeje).
Tras las abluciones y después de preparar los trebejos de caza partimos, cual partida de insurgentes, camuflados, armados y con ganas de guerra, camino de La Quesera, donde nos esperaban Pedro Habela y Javier Nieto. Las presentaciones de rigor, explicaciones sobre la finca, etc. Los tres perros se alojaron en el cortijo, a la sombra, y nos montamos en el Jeep de la finca reafirmando nuestra apariencia guerrillera ¡qué peligro!
Carlos nos dio las explicaciones oportunas, nos recordó a qué se podía y no disparar, etc. Desde la llegada a la finca era patente que la berrea había empezado y que había mucho venado. Se nos había dicho que se podían cazar muflonas y gabatas atrasadas, de las que aún tenían la librea con manchas, debiendo respetar a ciervas y machos de ambas especies.
Nos fueron colocando en las encinas y alcornoques, a los que subíamos sin escalera, saltando desde el jeep, y a la vez se arrojaba algo de alfalfa en tacos.
A mi me tocó el primero, junto a un camino, en una encina. Me subí al treestand y preparé las cosas. Como siempre quité el carcaj y lo colgué de una rama. El viento no me era favorable como pronto me lo demostraron tres muflonas que me sacaron a unos 30 metros. Más tarde otra punta de muflones lo hicieron a unos 80 metros.
Pronto escuché un ruido a mi espalda y ví tumbarse a un venado joven a unos 60 metros. Lo estuve observando bastante rato mientras a mi alrededor la paz era rota por el berrear de varios venados.
Así transcurría una tarde calurosa sin grandes novedades. Al empezar a refrescar empecé a sentir el reclamo de una gabata que llamaba a la madre. Ésta andaría en celo cerca. Me pasó a unos 15 metros y ví que era de las de “manchitas”. La miré y me daba pena, la dejé pasar. En un momento sentí un tropel y me entraron por la derecha un grupo de muflonas a una piedra de sal que allí había. Desafortunadamente me había dejado la cámara de fotos en el coche de Alberto. En aquella posición no había posibilidad de disparar ya que las ramas de la encina me lo impedían. Más tarde se incorporaron dos machos, uno de ellos soberbio, con una cuerna negra, reluciente, gruesa y muy abierto. De lo mejor que he visto en muflones. Más tarde lo tendría a 3 metros, a mis pies, tan tranquilo. Las muflonas finalmente se fueron sin darme ninguna opción.
De nuevo sentí a la gabata y de pronto surgió su madre seguida de una pedazo de vanado de 16 puntas que quitaba el hipo. Tan encelado estaba que no se enteró de que casi me puedo subir en él de cerca que me pasó. Un espectáculo. El venado daba picadero a la cierva allí mismo.
La gabata, por tercera vez, se llegó frente a mi, y en esta ocasión se encontró con la alfalfa. “Uff… era la tercera vez… la carne es débil y seguro que para comer está bien… voy a tirar…”. Nunca antes había disparado desde un treestand a nada vivo. Abrí el arco, apunté con tranquilidad –habría 9 ó 10 metros, como mucho- y zaaas. Entre lo que ella se agachó y lo alto que se me fue el tiro le hice un arañazo en el lomo. La gabata pegó un respingo, se lamió la herida y ¡se puso a comer de nuevo! Esto era el colmo. Atónito miré a mi carcaj que pendía estúpidamente de una rama. Con poca fortuna intenté extraer una flecha pero la ciervita me sacó. Se quedó mirando a aquel bicho raro, para a continuación arrear a correr que era un gusto. La flecha quedó de testigo clavada en el suelo arenoso. Más tarde comprobamos que no tenía sangre o pelo y que la herida había sido poco más que un rasguño.
A la hora convenida Carlos y Javier pasaron a recogerme.
De regreso al cortijo conocí a D. Joao Tavares, dueño de La Quesera y autor de algunos libros de caza en portugués. Sabía de él a través de Fredy von Seylitz con quien había cazado en Namibia, en Immehof , ya que hablando una noche sobre lobos y de su caza me había mostrado uno de sus libros donde contaba como había cazado lobos en la Sierra de San Pedro. D Joao Tavares tuvo la gentileza de obsequiarme con su último libro, un tesoro para un coleccionista como yo.
Reunidos todos, recogidos los perrillos, cenamos unos embutidos al amor de un candil, para luego regresar a la casa y darnos un último baño. La cosa no estuvo mal. Luego ya cansados a intentar dormir"
Animate y sigue la caceria en Alla vamos!!
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