El Garbanzal

José María Poveda, nos envía este relato. Así da gusto.

¡Muchas gracias Chema!

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Hace unos días que tengo controlada la entrada de unos cuantos cochinos al puesto del “Garbanzal”. Las horas de entrada varían desde las 18:30 a las 12: 30, pero en parece que esta semana, debido a la tranquilidad de la finca, están adelantando su entrada. Llegué pronto y pegué unos cuantos tiros forrado con toda la ropa que utilizaría en el aguardo, porque parece que el frío, al fin se ha instalado en la sierra.

A las 17:30 me marché para el puesto que tenemos instalado en la encina, pero como para tirar sin luz está demasiado lejos y el viento estaba perfecto, soplando desde la sierra, me aproximé al comedero y me puse junto a la encina que utilizan como rascadero. Puede que me pusiese demasiado cerca, tenía la tierra a mi espalda y supuse que no saldrían al limpio para “coger aire”.

La noche se echaba poco a poco, el viento se mantenía firme, y el frío empezaba a apretar. Hasta las siete menos diez no empecé a oír un leve “charabasqueo” que se aproximaba desde el cortadero.

Tras sucesivas paradas el “ruido” se encajonaba por el barranco que hay frente al puesto y yo ya imaginaba que venía derecho al comedero junto al que estaba apostado. El vuelo de un bando de perdices a media ladera me indicó que el comensal ya estaba mas cerca de lo que yo pensaba.

Tenía al cochino a unos veinte metros, aun metido en lo espeso, y por mi cabeza empezó a pasar la idea de que podría dar al traste con el lance al estar tan próximo al comedero. Supongo que hice lo correcto y decidí abrir el arco antes de que acercase más y me pudiese detectar.

Parece que el tiempo no pasa, pero cada vez lo siento mas cerca, ya oigo como se carga de aire antes de entrar. Intentaba dar un pequeño rodeo para asegurarse de que no le aguardaba ningún peligro, y a mi, los brazos me empezaban a pesar. Un leve roce de su cuerpo con el monte me indicaba que iba a entrar casi justo donde yo estaba, ya nos separaban muy pocos metros, oía su respiración e intuía su figura tras el pequeño chaparro que nos separaba. Solo necesitaba que diese un par de pasos para poder tirar, se me salía el corazón, ya no aguantaba más.

En ese instante se destapó y me mostró su flanco. Estaba cerca, muy cerca, apunté tras su paleta y solté. Todo terminó, una atropellada carrera intentando llegar al monte y una forzada respiración me indicaba que el disparo era bueno. El jadear se iba haciendo mas leve y entrecortado. Finalmente el silencio llenó el lugar.

Aún esperé otra media hora a que se enfriase. En ese rato, una piarilla también se aproximó al comedero, pero la cochina que marchaba en cabeza, debió notar algo raro y continuaron hacia las encinas que tenía a mi espalda. El viento delató mi posición y regresaron por el mismo sitio por el que habían llegado.

Me acerque al tiro y vi la arrancada en la tierra blanda y alguna gota de sangre. El rastro era claro y conducía al lugar donde escuché las últimas respiraciones. Me introduje en lo espeso y allí estaba tendido. La flecha había cumplido su cometido en un corto espacio de tiempo. Solo quedaba aviar el bicho y regresar a casa.

Aún, al cerrar los ojos, veo su bonita estampa junto a mi, huelo ese penetrante olor a regaliz y siento el pulso agitado esperando el lance...

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