No sé si gimió o no, tan sólo recuerdo la voltereta y luego una carrera a la luz de la luna. Se iba entre carrera y trote, decididamente por una trochita que tenía marcada en el prado. Esperaba verle parar, derrumbarse. Nada. A los aproximadamente 40 ó 50 metros desapareció tras un pequeño descreste en dirección al monte. Si me pincho no sangro.
Dejé el arco en el suelo y busqué nervioso una pequeña linterna en la mochila. Alumbré a la baña; allí estaba la flecha. Veía claramente el destello amarillo del emplumado en una posición extraña. Estaba seguro, le había dado, la cuestión era donde.
Sé perfectamente que hay que esperar y esas cosas, pero no pude aguantar y en menos de cinco minutos estaba junto a la flecha, la recogí llena de barro, desde la punta hasta las plumas. Corrí de nuevo al puesto a examinarla. Barro y más barro. ¡No veía sangre! De pronto, en la inserción posterior de una de las plumas verdes vi una reveladora gota escarlata. ¡Bingo! Respiraba más tranquilo.
Me senté nervioso. Pensaba en que mi teckel se había quedado en casa y que si el bicho entraba en el monte no era cosa de entrar a pecho descubierto. ¡Donde le habría dado!
A los 15 minutos no aguanté más. Dejé todo el equipo salvo la linterna y el cuchillo y empecé el pisteo. A los tres metros vi la primera sangre, roja, muy roja y alta. A los 6 ó 7 metros vi una masa de pelo, sangre y grasa. Una grasa pastosa, blanda que sólo se encuentra en el vientre. ¡Mierda! Un tiro trasero. La hemorragia era no obstante profusa y el rastro claro. Paso a paso, siempre con el viento a favor avanzaba. Estaba llegando al descrete donde había desaparecido. Seguía la sangre. Alumbré en dirección al monte y a unos 4 metros distinguí claramente el bulto negro del jabalí tendido. Rápidamente apagué la linterna e intenté escuchar. No respiraba. Encendí de nuevo y le rodeé, estaba muerto. Sentí al necesidad de abrazarme a él tal era la intensidad del encuentro y mi ansia de cazador.
Comprobé que era un macho con poca boca, joven pero grandote. Luego vería que estaba muy gordo, con una destacable capa de tocino. No había entrado aún en el celo.
La flecha, una Easton Legacy 2216–sí ya sé que su spin está pensado para otros arcos, pero qué le vamos a hacer, me va bien- hizo su trabajo. La punta Razorcap entró y salió por los ijares, de izquierda a derecha, en su viaje cortó piel, subcutáneo, muscular, peritoneo, colon transverso, epiplon, mesenterio, vena cava posterior, ambos psoas (solomillos) y salió. Provocó una intensa hemorragia que acabó con el jabalí en menos de 10 segundos.
Como siempre percibí esa extraña mezcla de plenitud y amargura. Plenitud por haber satisfecho con éxito un reto, amargura por el fin de un adversario con el nunca más me mediría.
Gerardo Pajares
9 comentarios:
Muchas gracias por compartir con nosotros este relato Gerardo, muy bien contado y enhorabuena por ese jabali.
articulo apasionante ymuy divertido.Enhorabuena
Ha sido casi cómo estar contigo en el puesto. Gracias por compartirlo.
Un abrazo.
Es agradable verte por aquí también. Yo me voy a pasar un par de dias por la finca, a ver si os puedo contar alguna cosilla al regreso.
Un abrazo: Chema.
¡¡Suerte!! ¡Esperamos noticias!
Muchas gracias. Llevo unos días sin salir con el arco, a ver si pronto os cuento la próxima...
Je,je. como me gusta tener éste rincon para nosotros. Esperamos noticias y estaremos en contacto
un relato precioso, me ha encantado. saludos a todos y enorabuena a los creadores de este rinconcito de arqueros.
Felicidades por el jabali.
Bonito relato de verdad. Que alegria leerlos a todos por aqui. A ver si algun dia nos juntamos, aunque sea para hablar, jejeje...
saludos
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