Extremadura 2007 -CILLEROS 3-

Despues le dejamos a Gerardo en el puesto numero tres..

"De camino a la finca voy charlando con Goyo, el organizador y titular del coto, sobre cosas de caza, perros y otras zarandajas. El tío vive de esto y sabe de narices.

El día está claro y la brisa es suave. La temperatura para mi es alta, unos 32 ó 33 grados, y me llevo algo de beber ya que estaremos unas 5 ó 5 horas y media.

El puesto se sitúa en una casa, hoy la ruina de lo que debió ser una muy humilde vivienda, me indican lo que entra –una o dos piaras, algún venado, y quizás un jabalí de más tamaño-. En este puesto se han matado varios jabalíes. Antes de llegar me había fijado en que, por la derecha, había un paso sobado que más tarde comprobé era tomado por los ciervos en su careo de recogida al monte. Tras cebar el puesto me quedé solo y me puse a preparar los trastos.

No bien hube terminado, cuando al echar un ojo con los prismas a la ladera de enfrente, distinguí a una cierva bien atenta a mi posición. Bien seguro que nos vio llegar y andaba tomando sus referencias. Escruté sus alrededores por ver si la acompañaba algún galán, que Goyo me dijo que andaba uno que rondaría el oro. Nada vi. Al cabo de los 20 minutos la cierva se marchó arrastrando a su gabata que antes no había visto, tomando la dirección de donde se había ido a colocar El Talibán. Al revisar su careo distinguí en un raso a un venado, que resultó quedarse en vareto, que confiadón se paseaba por delante del puesto vecino.

Avanzaba la tarde cálida, con una brisa suave, al arrullo del canto de algún mirlo que andaba en la fuente cercana. Las salamanquesas se desperezaban saliendo de entre las grietas, para cebarse en las moscas y hormigas que andaban por doquier. La luz iba a menos cuando sentí por mi derecha la inconfundible carrera de un venado. Se paró un instante sin que pudiera verlo ya que las pétreas paredes de chamizo me impedían la visión. Fueron momentos de tensión. Si se asomaba no separarían no más de 10 ó 12 metros. Nada.

Pronto, al ir oscureciendo hicieron su presencia los insidiosos mosquitos que, salvo en algún episodio breve de brisa fresca, me acompañarían el resto de la espera.

En esas estaba cuando una cierva me ladró a la espalda. Un rebufo de aire debió llevarle mi olor. ¿Sería la carrera de antes? Es más que posible. Me quedé inmóvil consciente de que cualquier pieza que viniera por mi espalda podría cargarse de aire, así que quietín.

Poco después empecé a sentir un murmullo, una especie de roce y al poco un trastear en la campa donde estaba el maíz disperso. Esperé unos segundos, que se demostraron insuficientes, y sin levantarme de mi vieja silla encendí el led del visor. Fue hacerlo y escuchar la arrancada y bufido de un marrano. ¡Madre mía, están nerviosos estos bichos! Comprobé que la luz del led debía dar un reflejo en el quicio de la puerta del casetón y que eso debió verlo el guarro, que entraba bien escamado al engaño, testigo quizá de otros días en los que las flechas le silbaron cerca.

En ese momento decidí cambiar de visor. Tenía que hacerme con uno con el que esto no fuera posible. Más tarde con la ayuda de Peio, un catálogo regalo de Guanche y la opinión de Pedro, me decidí.

Así iban las cosas, con una noche estrellada que era un lujo, cuando empecé a escuchar el roce de un animal con las matas que rodeaban mi puesto. Algo se estaba moviendo alrededor. Supuse que se trataba de una gineta o de una “fuina”, nombre que por aquí damos a la garduña. Llevaba rato sintiendo ratones o lirones entre las piedras y ramas que me rodeaban. Si la fuina sigue ahí seguro que es que no me ha detectado y tampoco lo harán los guarros.
Poco después se repitió otra carrera de un venado, esta vez sin paradas tomando de nuevo el paso de mi derecha. Está claro que si hubiera vista a ese lado se podría tirar sin problemas.

La noche sin luna se alumbraba por las miles de estrellas que brillaban en el despejado firmamento. Allí Casiopea, la Osa Mayor, y la Menor, la Polar, Dragón y Géminis. Pronto saldrían las tímidas Pléyades. El Camino de Santiago se destacaba con nitidez en el límpido aire extremeño señalando la ruta del poniente. De pronto sentí un alboroto. Una piara entraba en plaza. Con qué glotonería comía. Me aupé un momento para ponerles la vista encima. En la oscuridad se distinguía un grupo compacto, oscuro, se rebullían hociqueando y masticando con rapidez. Les dejé unos momentos por ver si se separaban pero nada. Seguían comiendo con ruido pero juntos. Decidí echar un ojo, tomé el arco, abrí, apunté por si las moscas y di un chispazo. ¡Eran 5 chavasquetes de no más de 15 kilos! Reflexioné, seguro que eran los huérfanos de alguna otra jornada de caza. ¿Y si le tiraba a uno por llevármelo para comer? Decidí que sí. Volví a abrir, apunté y záaas… un centellazo en una piedra, unas cuantas chispas y oir la flecha golpear contra unas ramas lejanas fue todo uno. Tenía la total certeza de haber errado. Me senté y esperé. Nada. Cerca de las 1 me pasaron a recoger; le conté a Goyo lo que había sucedido. Me dijo que efectivamente eran los huérfanos de una cochina cazada en las primeras jornadas de caza con arco."
Animate y sigue la caceria en Alla vamos!!

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