El Final de Arriba, Así llaman los australianos a la parte más al norte del territorio de Queensland, separada del Papua-Nueva Guinea por el estrecho de Torres. Es una región salvaje y arbolada habitada principalmente por aborígenes que sería el objetivo de nuestro último viaje de caza con arco.
Caía la noche y estaba siguiendo el rastro del wallaby (especie de canguro) al que había alcanzado media hora antes. Lo encontré a escasos 50 metros del lugar donde le había atravesado con mi
Me tome tiempo para admirar un animal que nunca antes había cazado, tan curioso para mí que me entretuve más tiempo del debido. Con la lógica alegría saqué unas fotos y lo colgué de un eucalipto para volver a la mañana siguiente a por la carne.
Para entonces ya estaba oscureciendo y aún tenía una caminata de más de tres kilómetros hasta nuestro pequeño campamento. Después de un vistazo a la brújula cogí un rumbo en aquélla inmensa llanura esperando acertar en la localización de mis compañeros, ya que no me apetecía pasar una noche al raso en un lugar tan inquietante como aquel.
Todo había empezado hacía tres semanas cuando Pope, mi hermano Jorge y yo llegamos a Cairns, en la costa este de Queensland después de unos largos y accidentados vuelos que nos dejaron bastante trastornados. Al salir del aeropuerto, el fuerte calor tropical nos golpeó en la cara dejándonos aún peor.
Como no queríamos perder tiempo, nos dirigimos al lugar donde debíamos recoger el todo-terreno que teníamos alquilado para todo el mes. Era un vehículo con capacidad para tres personas, con una especie de cama en la parte trasera, que sería nuestra casa y “horno” durante toda nuestra estancia en el país.
Una vez recogido, lo primero que hicimos fue cargarlo de agua, comida, mapas y gasolina. Seguidamente salimos de la ciudad por la carretera que nos llevaría rumbo al norte.
Al caer la noche aparcamos a un lado de la carretera en una zona de acampada.
Mientras estábamos organizando el equipo apareció una vetusta furgoneta con un típico y curioso australiano que nos interrogó primero y después nos dio mucha y valiosa información del “outback” –así llaman los australianos a las deshabitadas llanuras semiboscosas del interior.
Al día siguiente seguimos carretera adelante y a los pocos kilómetros se convirtió en una pista arenosa que no dejaríamos en todo el resto del viaje hasta cerca de su final.
Con un mes por delante y toda la ilusión del mundo devorábamos las distancias adentrándonos en un paisaje fascinante. Mientras avanzábamos íbamos discutiendo las tácticas que deberíamos utilizar para cazar en aquellas tierras. Nuestra principal pieza sería el jabalí y el sistema a seguir sería simple: avanzar por los cauces de los ríos ya que, a pesar de que la mayoría estaban secos, eran las únicas zonas con algo de humedad y por consiguiente disponían de más comida y refugio que en los otros lugares.
Además nos sería de gran utilidad el seguir los cauces para tener una orientación en un lugar tan llano y falto de referencias. Más tarde nos daríamos cuenta de nuestro error.
Pasaron unos días y, aunque veíamos algunos jabalíes, no conseguíamos acercarnos lo suficiente para poder utilizar nuestros arcos. A pesar de su relativamente mala vista era difícil arrimarse porque su oído y su olfato les avisaban rápida y certeramente del peligro.
En líneas generales distribuíamos la jornada de la siguiente manera: nos levantábamos a las 5:30, desayunábamos frugalmente y a continuación cada uno salía en la dirección que previamente habíamos acordado. Cazábamos a rececho aproximadamente hasta las 10, hora en la que nos reuníamos y, si no había novedades, montábamos en el coche y seguíamos hacia el norte hasta media tarde y de nuevo a cazar hasta la noche.
Uno de esos días comprobamos que nuestro sistema de orientación no era muy fiable al ver que ya eran las tres de la tarde y todavía faltaba por llegar Jorge al campamento. Ya comenzábamos a preocuparnos cuando oímos entre el matorral un ruido “a jabalí rompiendo monte”. Era Jorge que venía a la carrera sudoroso y polvoriento. Después de liquidarse dos cantimploras de agua, nos contó lo sucedido: Cuando salió a cazar río abajo lo hizo por la margen izquierda y al regreso volvía por la margen derecha, pero no advirtió que por ese lado llegaba otro afluente, así que siguió por él sin imaginarse que así comenzaba a alejarse.
Al rato se dio cuenta de que no iba bien por lo que volvió sobre sus pasos, pero al
ser el terreno tan llano los ríos forman uno meandros muy largos y acusados,
ocasionalmente unidos por una especie de canales trasversales por lo que se convierten en un verdadero laberinto. Cuando vio la situación en la que se encontraba no perdió la calma y fue mirando y marcando todas las bifurcaciones que iba encontrando en su camino, así consiguió llegar al campamento. Aquí aprendimos dos cosas: a no fiarnos de los ríos y a llevar siempre la brújula encima con un pequeño mapa de la zona.
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