Cuanto más cerca del norte estábamos, más espaciados estaban los poblados. La mayoría eran aborígenes y en algunos de ellos éramos los primeros españoles que habían aparecido nunca –incluso nos hicieron firmar una especie de libro de visitantes. Generalmente estos poblados se encontraban cerca de los pocos ríos con agua que quedaban en la región, y aquí era donde nos aprovisionábamos del tan preciado líquido del que siempre andábamos escasos a pesar de que teníamos capacidad para llevar unos
Unos días después, tras muchos kilómetros y horas de pista, llegamos al Top End y todo era igual que lo que habíamos visto durante cientos de kilómetros. Cansados y polvorientos nos sentamos a la sombra de una gran roca para hacer balance. En todo este tiempo no habíamos cazado nada a excepción de un pavo salvaje que fue rápidamente a la cazuela; ni siquiera habíamos visto un triste conejo. Tenemos la suerte de que la caza con arco te vuelve inmune al desánimo, por lo que pasamos al siguiente paso en la expedición: dirigirnos hacia el Golfo de Carpentaria.
Varias jornadas mas tarde paramos a repostar en un poblado, en cuyo único bar, y por casualidad, contactamos con John – un neozelandés que tiene una propiedad de más de 1.000 km2 en la que apenas viven únicamente ocho personas. Fuimos allí con el propósito de aprender el sistema que utilizan ellos para cazar el jabalí.
Antes de llegar a la casa de John tuvimos que atravesar uno de los muchos incendios que se producen en ésta época tan seca del año. Al principio te impone, pero luego ves que no es tan peligroso como parece a primera vista.
Llegamos a mediodía y comenzamos a cazar avanzando en mano por los dos márgenes de un pequeño riachuelo. Apenas llevábamos media hora de caminata cuando oímos un chapoteo a unos
Después de las felicitaciones y fotos de rigor paramos un momento para comer un bocadillo, y al rato, ya estábamos de nuevo metidos en faena. Al atardecer descubrimos a un buen macho tumbado en el barro. Pope se acercó escondido entre los matorrales sin poderlo divisar, ya que estaba apoyado contra una pared de la orilla del riachuelo. Yo que estaba en la otra orilla le iba guiando mediante señales con las manos, cuando de pronto, el verraco le venteó y de un salto empezó a correr, en el mismo momento Pope le envió una certera flecha atravesándole los pulmones y haciéndole caer a los pocos metros, ya sin vida y terminando así una jornada que tardaremos mucho en olvidar.
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